Nathan Alterman
El carnero de la Hagadá
Estaba ahí quieto en el mercado, entre machos cabríos y cabras
y movía su cola,
pequeña como un meñique.
Un carnero de granja pobre, carnero de dos zuz,
sin adornos, sin campanilla ni cintilla.
Nadie le prestaba atención, pues nadie sabía,
ni los orfebres del oro, ni los tejedores de lana,
que este carnero
que en la Hagadá
y sería el héroe de un cantar.
Pero papá se acercó con el rostro sonriente,
y compró el carnero
y le acarició la frente…
Fue ese el comienzo de una de las canciones
que serán cantadas por siempre.
Y el carnero lamió con su lengua la mano de papá
con su hocico mojado la tocó.
Y fue esa, hermano, la primera rima,
Cuyo versículo reza: "que compró papá".
Día primaveral, el viento danzaba,
las muchachas reían con ojos en flor.
Y papá con el carnero entraron a la Hagadá
Y se quedaron ahí, paraditos los dos.
Y esa Hagadá ya está llena de gente
De milagros y maravillas colosales para su tamaño.
Y por eso en la última página se ubicaron
apretados contra el Kotel,
abrazados.
Y esa Hagadá así dijo y luego calló:
Está bien, párense ahí, carnero y papá.
En hojas por donde andan el humo y la sangre,
Sobre cosas grandes y secretas conversaba.
Pero sabía que el mar no se partiría por nada,
que tienen sentido que muros y desiertos se abran,
si, al final del cuento,
hay ahí parados un papá y un carnero
que esperan su turno, para brillar.