Natán Alterman
El Día de Conmemoración y los Rebeldes
(1954)
Y, en el Día de la Conmemoración, los luchadores y rebeldes dijeron:
No nos coloquéis en un pedestal para separarnos de la Diáspora bajo una luz destellante.
En este Día de Conmemoración bajaremos del pedestal
para volver a mezclarnos en la oscuridad de las historias de las masas de la Casa de Israel.
Dijeron los luchadores y rebeldes: el Día del Testimonio
no tiene como principal y real símbolo una barricada esplendorosa en llamas,
ni la imagen de un joven hombre o mujer llegados para triunfar o morir,
del modo expresado en las eternas imágenes de las rebeliones del mundo que siempre arden y nunca se apagan.
No es éste el cimiento de este período. No le otorguemos las banderas de la batalla
para ver en ellas su esencia y la redención de su honor y rectitud.
Los combatientes y los rebeldes dijeron: somos parte de este gran pueblo
y parte de su dignidad y heroísmo y de su profundo llanto.
Somos parte de una época que no se parece a ninguna otra y que rechaza toda fraseología rutinaria,
y que, frente a la rutina de los símbolos que no existen, se yergue sin máscara alguna.
A los que cayeron besaremos las manos y puede que no acepten la separación
entre ellos y la muerte de las comunidades y de los héroes de los consejos e intermediarios.
Nosotros, que fuimos testigos de esta época en todo su horror y penumbrosa grandeza;
nosotros, que presenciamos que su heroísmo es tan multifacético como la historia misma del pueblo,
somos el rayo que ha cruzado sus cielos; pero no nos erguiremos en su centro como la estatua enmascarada
de un puñado de personas que encierra en sí la proeza espiritual de la época por haber estampado su sello en la batalla.
Por todo ello nosotros, los luchadores y rebeldes decimos: la esencia de este día
no es sólo lo iluminado y destacado en discursos pronunciados y escritos por nuestros hermanos.
La espada desvainada, la batalla y el asedio, no tienen igual en todo lo que se ha hecho;
pero no sólo ellos son los símbolos del Día de la Conmemoración, y no es en ellos donde habita.
El honor de la nación: no se exija como suprema y única justificación
el decir, como justificándose: he luchado e izado la bandera de la rebelión...
La rebelión es sólo una sola nota del concierto. No es la que da el tono y el objetivo;
y, en cuanto al honor, este pueblo podrá competir con cualquier otra nación.
Los luchadores y rebeldes dijeron: en su coraje y gloria tiene parte el pueblo,
incluso los padres judíos que dijeron: "la lucha clandestina nos traerá una catástrofe",
y también ese niño o niña que caminaron y caminaron hasta que se perdieron en algún lugar,
no dejando tras ellos nada más que un pequeño calcetín blanco de recuerdo sobre una piedra en el Archivo.
Estos también son símbolos de la época y de su guerra, no permitamos que se vean disminuidos por el brillo de la espada desvainada
tal como es el caso en otros pueblos que no se enfrentaron con una experiencia como ésta desde los tiempos más recónditos.
Así dijeron los luchadores y rebeldes, y el pueblo escuchó sin moverse,
y las estrellas de Dios sirvieron de testigos para ambos.

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