Nimrod
Dotán Brom
Arkadi Duhin
El poema fue escrito en memoria de Nimrod Cohen, nacido en Miztpe Shalem, miembro del grupo “Sabres” del movimiento Majanot Haolim, quien cayó el primer día de la Segunda Guerra del Líbano.
La luna de mitad de mes trepó y se elevó
sobre el anochecer de la Galilea humedecida por el rocío,
bañando con su luz los puestos de Hizbalá
al otro lado de la frontera.
Veraniega y redonda es la señal de los senderos.
Haces de hierba susurran a la carretera
sobre la cual, desde la espesura de robles y hojas,
aceleraba frenéticamente el Hammer.
La luna se hundió en el cielo de occidente,
pero ni siquiera ella oyó
cómo, silenciosamente, se oscurecieron como una mañana otoñal
los cielos por las nubes de la guerra.
La aurora acarició la tierra del norte
escarlata, majestuosa y radiante.
El Hammer, escondido en la espesura de los robles
dirigió hacia la valla sus faroles.
En veloz carrera, como de costumbre, se acercó a la carretera,
pero rechinó los frenos con terror
puesto que, de pronto, a la altura del horizonte, silbó
un concierto de proyectiles de mortero
La tierra de Galilea, con bombas en el cielo
cerró los ojos, llorosa.
Temblando y con clemencia recogió a sus muertos,
así como a su amado Nimrod.
Tierra del norte, ¿es éste el precio?
¡Mira, pues ya no queda mucho!
¿cómo has elegido dejar en tu regazo
justamente al hijo del desierto?
Pero te advierto que, aunque sea tuya su muerte,
su vida nuestra es para siempre.
Cada detalle y cada nota de su sonriente rostro
será recordado y nada quedará en el olvido.
Recordaremos al hombre tranquilo como el mar
que enterró sus perlas en las profundidades
y fue recogido en su orilla, que desierta quedó.
En Tamuz es la hora de llorar.