¡Mi nombre es Jaím (vida)!
¿Me preguntan quién soy? ¿Realmente no saben qué soy ni quién soy? Y todos ellos se percataban de mí inmediatamente. Todos ellos, los cazadores en los senderos, los perseguidores en los caminos, los guardias en las fronteras. Todos ellos me conocían. En el verano y en el invierno, en la lluvia, la nieve y el negror de la noche.
Todos ellos intuían mi presencia desde lejos, percibían mi olor... y ¿se preguntan ustedes cómo? ¡Sí! Soy un niño judío, que se burla de todos los cazadores. Un niño judío que no conoce el miedo.
¿De dónde vengo? ¿Han venido también ustedes a interrogarme? Está bien, les revelaré el secreto: es del pozo de los muertos que he venido. ¡De una tumba abierta he salido! Allí he vuelto a nacer. Lo que ocurrió antes, no recordaré ni relataré. No contaré nada sobre mi hermana menor y mis dos hermanos mayores, ni sobre el bebé Uri, ni sobre mamá a quien se llevaron junto con todos los niños menos yo.
En el pozo nací, en el pozo estaba acostado con todos los judíos, con todos los niños y grité: “Shemá Israel” y papá me dijo: “sal tú, hijo mío, del pozo. Mi sangre se derrama y se va acabando, mientras que tú estás vivo y deseas vivir. Quiero que sepas que del pozo de la muerte te levantas y tu nombre será desde hoy: Jaím. ¡Huye de aquí, Jaím, hijo mío, y ¡aférrate a la vida!”
Escapé de la tumba abierta a un bosque cercano, y susurré mi secreto a toda la vegetación del bosque. Pero los cazadores me estaban acechando, y yo, dando vueltas por el bosque, casi caí en la trampa que me habían tendido, hasta que conseguí salir del bosque.
Los seguidores me perseguían, ellos eran legiones, mientras que yo era uno solo, y todos ellos me seguían el rastro para atraparme. Fue entonces cuando entendí que llevaba conmigo un tesoro que tenía a sus ojos un enorme valor, por el que les resultaba conveniente tanto trabajo y tanta molestia. Más de una vez me sentí harto de esta vida. Más de una vez pensé en mamá y papá que quedaron dentro del pozo y pensé que no estaba bien que los hubiera dejado allí, que yo era un niño judío solo y, ¿qué sentido tenía para un niño judío como yo vivir entre una cantidad tan grande de cazadores?
Pero cada vez que veía que buscaban otro judío y otro más, comprendí que un niño judío era un gran tesoro y juré que cuidaría de ese tesoro, ¡pasara lo que pasara!

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