Únicamente la mía
De pronto surge en mi mente el recuerdo del último día en el gueto, cuando me encontraba junto con Israel mi esposo tratado de conseguir ayuda para salvar a nuestra hijita, y nos dirigimos a un policía judío que conocíamos, cuyo nombre era Pearlstein. Ese policía vivía por entonces en la calle Dzielna 9, donde vivían los policías judíos con sus familias. La familia de Pearlstein amaba mucho a la pequeña Tamarele, y cuando oyeron que la habían secuestrado para un “envío” se retorcieron los dedos de las manos. Pearlstein, que se encontraba en ese momento en la habitación, se quitó la gorra de la cabeza y se lo dio a Israel junto con sus documentos.
“Corre ya mismo a Umschlagplatz (la plaza de los envíos), dijo, e informa al oficial de guardia de tu hija se encuentra entre los niños secuestrados. Estoy seguro de que conseguirás que te devuelvan a Tamarele, puesto que las familias de los policías están protegidas. Los vagones aún están en la plaza y el envío no saldrá antes de medianoche".
Con manos temblorosas, Israel tomó el sombrero y me dijo que yo esperara en la casa de los Pearlstein. Cuando llegó a la puerta, el policía añadió una pequeña observación: "Israel, olvidé decirte que, antes de llegar a la plaza, deberás secuestrar a alguien, adulto o niño, para sustituir a Tamarele, ya que el número de personas del envío deberá coincidir".
Israel quedó como petrificado. Parecía no comprender de qué se trataba. Pero, inmediatamente después, se quitó la gorra de la cabeza y depositó los documentos sobre la mesa.
"Mi única hija," oí sus ahogadas palabras, "mi única hija, es la única a la que tengo derecho a sacrificar, ¡únicamente la mía!, ¡únicamente la mía!"