Yehudit Kotzer (Zolkover)
Que no irrumpiera en llanto – Polonia
Ein Hashofet, 1976
Crecí en Varsovia, en la calle Monrovska-Mila. Papá era de "Mizraji", un hermano era revisionista, otro sionista general, y así sucesivamente.
Mamá era más estricta que papá en temas de cashrut. Más de una vez iba a lo del rabino y lo consultaba, pero papá se le adelantaba y decía: "¿Para qué? Bota el pollo. De todas formas, no aceptarás el fallo del rabino."
Papá tenía una enorme biblioteca: una pared entera. Era un trabajador, pero al finalizar su trabajo, los días de Shabat y festividades, se sentaba con sus libros. Y cuando se acercaba Pesaj, pasaba por cada libro, hoja por hoja, las limpiaba y les quitaba el polvo, no fuera que alguna partícula de jametz hubiera quedado en ellas.
El Seder mismo era deslumbrante. Recuerdo que terminaba a las dos de la mañana. ¡Era una ceremonia colosal! Papá era un "Rey", y mamá, una "Reina. Papá vestía su "kítel" (capota blanca), como en las demás fiestas sagradas. Papá leía y, dado que solo mis hermanos entendían hebreo, papá se detenía aquí y allá y contaba algún relato y explicaba –en ídish, por supuesto- y agregaba todo tipo de leyendas.
A la mañana que seguía al Seder comíamos matziot y "búbele", que era un huevo muy inflado, al parecer por la leche, ¡y mucho amarillo! Desde ya, comíamos mucha matzá con grasa de ganso. ¡Eso es lo que habíamos estado esperando! También recuerdo las "kremzalaj", unas patatas cocidas y aplastadas con huevo, especie de albóndigas, que acompañaban los guisos de carne.
Pesaj también caía en primavera en Polonia. No solo acogíamos la festividad en nuestro aspecto exterior, sino en nuestro interior. Tenía sentido, a pesar de que negábamos su esencia. La fiesta nos dejaba una impronta poderosa. No veo en la tradición una repetición aburrida. Para que tengamos tradición, debemos repetir lo esencial.
Cuando ya estaba en la granja de capacitación (Hajshará), estuvimos dos años en la aldea y casi no volvimos a casa siquiera de visita… Cuando llegaban los días festivos sufría fuertes ataques de nostalgia, tan fuertes, que debía alejarme del grupo, no fuera que irrumpiera en llanto delante de todos.
[Yehudit Kotzer (Zolkover). Entrevistó y anotó: Dov V. Ein Hashofet, 1976]