Dramatización de la historia de Janucá
Introducción y adaptación: Malka Haas, Sde Eliyahu
En el jardín de infantes Rimon del kibutz Sde Eliyahu, en el Valle de Beit Shean, hemos desarrollado este texto durante varios años. Queríamos acercar a los niños al culto en el Beit Hamikdash según los textos antiguos. Les hablamos de la presentación de los bikurim, de Simjat Beit Hashoeva y de la reinauguración del Beit Hamikdash como una vivencia familiar, rica en percepciones sensoriales y plena de emociones.
Por eso empezamos el relato de Janucá con la descripción de las vidas de Matitiahu y sus hijos en Modiín y su ascenso a Jerusalén para custodiar el Beit Hamikdash. Seguimos a la familia hasta la reinauguración del Beit Hamikdash; la vivencia de la historia narrada en etapas y las numerosas actividades relacionadas con ella se concentraron finalmente en la dramatización, en la que nosotros, los adultos, definimos el texto y los niños actuaron en una especie de pantomima.
Por ello, el texto que presentamos aquí es sólo un esqueleto que describe un mínimo de las percepciones sensoriales y los sentimientos, y que se centra principalmente en las actividades que los niños pueden realizar durante la dramatización.
La historia de Janucá
Hace muchos años, cuando el Beit Hamikdash todavía existía y los cohanim encendían la menorá todos los días, vinieron los griegos, conquistaron el país y llegaron a Jerusalén. Los griegos no conocían a D's y rezaban a estatuas de piedra. Tampoco estudiaban la Torá ni observaban el sábado, porque eran griegos, y querían que todos fueran griegos como ellos.
El rey de los griegos, que se llamaba Antíoco, envió a sus soldados a conquistar Jerusalén. Los soldados griegos llevaban armaduras de hierro y cascos de hierro, tenían largas espadas y escudos redondos y montaban en elefantes amaestrados para la guerra. Los elefantes eran enormes y pesados, y aplastaban todo a su paso.
Los griegos llegaron al Beit Hamikdash en Har Habait y entraron a sus patios con elefantes, que pisoteaban todo. Sacaron la menorá de oro, se llevaron todos los objetos de plata y oro, quitaron la parojet y las hermosas alfombras, destruyeron todas las vasijas de arcilla llenas de aceite puro de oliva y colocaron una estatua en el Beit Hamikdash. El rey Antíoco ordenó a todos los judíos: "A partir de ahora todos los judíos deben ser como los griegos: ¡está prohibido hacer el brit milá a los bebés, está prohibido estudiar la Torá, observar el shabat y rezar a D's! ¡Ahora todos los judíos deben rezar a la estatua como los griegos, y quien no lo haga, morirá!"
El rey Antíoco envió funcionarios griegos a todas las ciudades y aldeas del país para que transmitieran su orden a los judíos. Uno de ellos llegó a Modiín, en el camino a Jerusalén. Allí vivía una familia de cohanim que, antes de la llegada de los griegos, prestaban servicio en el Beit Hamikdash cuando era su turno. El padre, un hombre anciano y sabio, se llamaba Matitiahu Hacohen y tenía cinco hijos: Yohanan, Shimón, Yehudá, Eleazar, Yehonatán. Todos trabajaban en los campos, viñedos y huertos porque no podían ir al Beit Hamikdash en Jerusalén, y todos estudiaban Torá.
Cuando el funcionario griego llegó a Modiín, puso la estatua en el centro del pueblo, pidió a todo sus habitantes que se reunieran alrededor de ella y les dijo: "Escuchen la orden de Antíoco para todos los judíos: ¡Está prohibido hacer el brit milá a los bebés, está prohibido estudiar la Torá, observar el shabat y rezar a D's! ¡Ahora, acérquense y hagan una reverencia a la estatua!"
Silencio... Todos los habitantes de Modiín siguieron parados alrededor de la estatua. Nadie se movió. De repente, el anciano Matitiahu exclamó: "¡Quien esté con D's, que venga conmigo!" Saltó hacia adelante, mató al oficial griego, derribó la estatua y la rompió en mil pedazos.
Matitiahu dijo a sus hijos y a la gente de Modiín: "¡No obedeceremos al rey Antíoco! No seremos como los griegos! Ocultémonos en las cuevas, allí podremos estudiar Torá sin que nos encuentren, y podremos aprender a luchar".
Todos hicieron lo que Matitiahu les había dicho, dejaron las casas, los campos, los viñedos y los huertos y se escondieron en grutas dentro de las montañas. Allí estudiaron Torá, observaron el shabat, rezaron a D's; allí se prepararon para la guerra y se entrenaron para expulsar a los griegos del país.
Matitiahu era muy viejo y sintió que pronto moriría. Reunió a todos los judíos en una cueva y les dijo: "Yehudá HaMacabí es el más sabio y el valiente de mis hijos, cuando yo muera él los guiará en la guerra contra los griegos y ustedes lo obedecerán".
El rey Antíoco estaba muy enojado porque los judíos no querían ser como los griegos y envió más tropas y más elefantes para luchar contra ellos y obligarlos a ser como él quería.
Yehudá HaMacabi reunió a todos los judíos en una cueva y les dijo: "¡Lucharemos contra los griegos y los expulsaremos del país! Ahora recemos juntos para que D's nos ayude, porque somos pocos y ellos son muchos, y tienen elefantes y armas de guerra".
Mientras rezaban juntos en la cueva, escucharon ruido: eran los soldados griegos, con cascos, espadas y escudos, montados en elefantes que se acercaban por el camino a Jerusalén. Cuando la caravana de los griegos atravesó el estrecho paso entre las montañas, Yehudá gritó: "¡Quien esté con D's, que venga conmigo!"
De pronto, todos los judíos salieron de la cueva y apuñalaron a los elefantes desde abajo con lanzas. Los elefantes se detuvieron en el estrecho paso entre las montañas, los griegos se confundieron y entraron en pánico. ¡Los judíos lucharon contra ellos, los derrotaron y los expulsaron del país!
Yehudá HaMacabi dijo: "¡D's nos ha dado una gran salvación! Nos ha dado a muchos en manos de unos pocos; ahora iremos todos a Jerusalén y purificaremos el Beit Hamikdash para poder rezar a D's y agradecerle".
Todos los judíos ascendieron a Jerusalén y llegaron al Beit Hamikdash, que estaba contaminado y profanado, con una estatua en su interior. La destruyeron en mil pedazos y sacaron de los patios las hierbas que crecían en ellos y la suciedad de los elefantes.
Después, todos ayudaron a limpiarlo y repararlo. Los albañiles arreglaron las losas y los pilares, los pintores pintaron las puertas y ventanas, los tejedores tejieron una nueva parojet y alfombras. Los orfebres labraron utensilios de oro y plata y una menorá de oro para iluminarlo.
Cuando el Beit Hamikdash estuvo limpio, pulido y prístino, Yehudá HaMacabi invitó a todos los judíos a su reinauguración. Todos los judíos vistieron ropas festivas y acudieron con cantos y danzas. Yehudá HaMacabi preparó las mechas en las copas de la menorá de oro para encenderla de nuevo en la reinauguración, pero no encontró el aceite de oliva puro y sellado con el sello del Cohen Gadol, el único que se podía verter en las tazas de la menorá de oro.
Yehudá buscó en todo el Beit Hamikdash y en todos los patios, y con él buscaron todos los hermanos. Buscaron y buscaron hasta que Yehonatán encontró al final del patio una jarra llena de aceite de oliva puro, sellada con el sello del Cohen Gadol, que contenía aceite suficiente para encender la menorá solo un día. Yehudá vertió el aceite de la jarra en las copas de la menorá de oro y encendió el fuego en las mechas.
Todos los judíos, padres, madres y niños, abuelos y abuelas vieron las luces resplandecientes en la menorá de oro y rezaron, cantaron y se regocijaron con la reinauguración del Beit Hamikdash o hasta que se cansaron y volvieron a sus casas a dormir.
Por la mañana, Yehudá HaMacabi llegó al Beit Hamikdash y vio que había sucedido un milagro: el aceite de la jarra siguió haciendo arder las velas luminosas y la menorá de oro continuó iluminando.
Todos los días los judíos acudían al Beit Hamikdash y todos los días veían las velas que ardían en la sagrada menorá de oro. Los festejos por la reinauguración duraron ocho días, y durante todo ese tiempo el aceite de la jarra siguió encendiendo las velas de la menoráara de oro, hasta que los cohanim prensaron aceitunas y extrajeron de ellas aceite de oliva puro nuevo, con el que llenaron muchas jarras selladas con el sello del Cohen Gadol.
Todos los años, los judíos encienden las velas de Janucá. Cada día se agrega una hasta que en la janukiá arden ocho velas que recuerdan el milagro del aceite que alcanzó para encender velas durante ocho días en la sagrada menorá de oro, en la reinauguración del Beit Hamikdash.
Categoría: Sugerencias para ceremonias y actividades para toda la familia

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