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Fuentes y filosofía/
Pesaj

Nejamka

Llega Pesaj – Polonia

Yejiam, 1991

El invierno en esta región de Polonia llega a su fin. Las ventanas pierden su cobertura de acero gélido. Los árboles florecen, brotes de plantas nuevas surgen de entre las manchas de nieve.

 

Si soplan todavía vientos fríos, es señal de que la primavera está al llegar. Incluso la envoltura particular de cada uno se renueva. Porque es tiempo de ropajes nuevos, de zapatos nuevos. No importa si el armario está lleno o si los zapatos todavía no aprietan, la ley es que dos veces por año, y solo entonces, se cose (no se compra) ropa nueva. Es un rito especial que no me gustaba. Ir hasta la modista, que tome medidas, (porque obviamente he crecido), ver la cara decepcionada de mi madre porque no he crecido ni engordado (era muy pequeña y delgada) quedarme parada en silencio y masticar un hilo contra el mal de ojo, pelearme con mi mamá para que no cambie el corte del vestido (era muy conservadora); con todo ese desagrado, es una experiencia de renovación.

 

La casa también se renueva. Se compra un nuevo objeto para la casa en honor a Pesaj. Se saca brillo y se pule todo, no por mantener la cashrut, pues el nuestro era un hogar laico, sino por tradición. Mamá se agacha y gatea puliendo el piso de parqué. Todo está limpio y brilloso. Del depósito se baja una hermosa y delicada vajilla, que despiertan recuerdos de ángeles buenos, reservados solo para Pesaj. Y como todos saben, Pesaj es ante todo comida, que despierta la lujuria, no solo en la Noche del Seder, sino todos los demás días de la festividad. Porque no se puede ingerir nada que sea jametz o siquiera alimentos que son casher y comunes de todos los días del año.

 

Encabezando la lista marchan orgullosos los knéidalaj, las bolas de harina de matzá. Se preparan con gran meticulosidad, y se rellenan con grasa de ganso. Todo bocado llena la boca con una sensación de placidez, de suavidad que se desliza con liviandad hacia el estómago. Luego de los knéidalaj están los vinos. Papá se ha afanado en la preparación del vino ya desde el otoño, a partir de varias frutas de estación, y durante todo el invierno estuvimos escuchando el goteo del vino filtrado de una bolsa a la otra para que sea puro y transparente. Ese era el aporte de papá a Pesaj.

 

Y la matzá, esa "aier-matzes", matzá horneada en casa a base de huevo. Cada bocado era como probar el gusto del paraíso.

 

¿Qué era lo principal? ¿La Noche del Seder, o los días de fiesta en los que toda la familia se encontraba? No importaba. No cumplíamos estrictamente todos los detalles rituales durante la Noche del Seder. Nos gustaba escuchar a papá relatando y cantando los pasajes de la Hagadá, sin entender, en realidad, cuál era la significación de "Esclavos fuimos del Faraón en Egipto".

 

[Nejamka, Yejiam, 1991]

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