Ehud Rabin
Uno no y tres sí
Hashavua, Januca 5747
Uno sí:
La ceremonia de encendido de velas es una especie de declaración festiva.
No anuncia sólo el advenimiento de una festividad, sino que, más aún, es una declaración conceptual de la fiesta; la declaración sobre lo que nos conecta con ella y sobre cuál es el punto actual de dicha conexión.
A menudo decimos que la función de una fiesta consiste en confrontar al individuo con sus valores más elevados, recordarnos o fortalecer esas mismas normas usuales en nuestra vida cotidiana. El encendido de las velas y el texto que lo acompaña es la afirmación de esas normas.
Desde aquí, y dado que no se puede encender velas simbólicas sin decir nada, damos importancia y significado a lo que se dice al encenderlas. Y si lo hacemos así, no podemos limitarnos a una simple recopilación de fuentes, sino que es necesario prestar atención a lo escrito.
Los milagros y las maravillas no radican en nuestra fe
Se puede marchar por la vía simple y unirse a la bendición tradicional, practicada por generaciones e incluso transformada en dominio público como una de las canciones de Janucá, incluida en las grabaciones de las canciones alusivas. Entre quienes abogan por este enfoque se encuentran quienes sostienen que de esta manera demostramos la conexión y la unidad con todo el pueblo judío.
Habrá también quienes afirmen que la adopción de la bendición tradicional nos ahorrará una nueva reflexión sobre qué leer y qué decir. En otras palabras, contamos con posturas de respaldo cultural y concreto.
Pero si damos sentido a las palabras de la festividad, y especialmente a la proclamación de ella, debemos preguntarnos si aceptamos esta declaración "...por los milagros y las maravillas, por las salvaciones y las guerras que Tú has hecho para nosotros y para nuestros antepasados en aquellos días y en estos momentos".
Hay aquí dos aspectos difíciles para nosotros:
a. Los milagros y las maravillas que no están en nuestra fe. En nuestra opinión, detrás de cada "milagro" se encuentran las acciones y quienes las realizan.
b. "Que has hecho": Es decir, la salvación y las acciones provienen del cielo y no de las acciones del hombre.
En otras palabras, las cosas se hacen como algo impuesto y no como un acto de elección y realización de los seres humanos. El significado de la bendición es que la fuerza actuante y activadora es un factor externo y nosotros somos los trebejos con los cuales juega sus maravillas; que nuestras guerras y nuestra aspiración a la luz forman parte de un acto milagroso de esa misma superior. En este punto radica uno de nuestros principales problemas en Janucá. Como miembros de una sociedad sionista realizadora, que no esperó la gracia ni los milagros del cielo, sino que tomó su destino en sus propias manos, que hizo algo por sí misma, no podemos estar de acuerdo con la declaración tradicional de la fiesta.
Hay en ello una contradicción esencial para nuestra concepción, y por eso el uso de esta declaración causará un quiebre entre la festividad y los amigos. Por el contrario, nos gustaría decir que todo esto no nos sucedió por milagro, sino gracias a la acción; no por los rostros que se alzan al cielo, sino gracias a la toma de posición.
Excavamos la roca con sangre
Entonces, parto de la primera conclusión y no de la bendición tradicional.
Por eso creemos adecuado empezar la ceremonia con una declaración general que parece decir: "Aquí nos acercamos a encender las velas de Janucá, las luces que iluminarán nuestra senda, o que serán hitos en el camino de la oscuridad a la luz". Esta declaración puede encontrarse en varios versos del poema de Y.L.Gordon, "Estas velas":
"Encendemos estas velas
porque son señales que nos recuerdan el pasado
y un paradigma de seguridad y confianza en el futuro".
Con esto nos hemos referido tanto a la iluminación como a aquellos días y estos tiempos (hay más posibilidades).
Tres sí:
Sea cual fuere el contenido de todas las velas, queremos dedicar tres de manera permanente a tres temas:
Una para los Macabeos - Hashmonaim. En los kibutzim hay textos para el encendido de las velas que se desentienden del hecho de que éste es el punto de partida de la fiesta, el punto de conexión con la festividad, sin el cual no podemos salir al encuentro de los símbolos (con todos los cambios de significado que se producen durante los procesos históricos en valores como el heroísmo, el fanatismo, etc.)
Otra vela estará dedicada a un símbolo que tal vez es más abstracto, pero que acompaña al hombre desde el comienzo de su existencia: la luz que se impone a la oscuridad; la expulsión de las tinieblas ante lo que ilumina y calienta; la sumisión de lo sombrío a la vida. Año tras año debemos repetir la declaración de que "hemos venido a expulsar la oscuridad".
Dedicaremos otra vela a nuestra postura de no esperar una fuerza suprema que obre milagros, sino a tomar nuestro destino en nuestras propias manos y llegar a la luz por medio de acciones personales. La expresión más apropiada se encuentra en el poema de Zeev "Portamos antorchas":
Portamos antorchas en noches oscuras,
bajo nuestros pies brillan los senderos,
quien un corazón ávido de luz tenga
alce la vista y con nosotros a la luz venga.
¡Venga!
Un milagro no nos ha pasado,
una jarra de aceite no hemos encontrado.
Al valle caminamos y al monte subimos,
ocultos manantiales de luz descubrimos.
Un milagro no nos ha pasado,
una jarra de aceite no hemos encontrado,
excavamos la roca con sangre, ¡y hubo luz!
Si iniciamos la luz de los Macabeos con el poema de Bialik "A los voluntarios en el pueblo" que dice, entre otras cosas: "De las montañas tenebrosas extraeremos una llamarada,/ de las grietas entre las rocas/ decenas de miles de zafiros"; y concluimos con Aaron Zeev que dice: "Excavamos la roca con sangre, ¡y hubo luz!", encontraremos la conexión vinculada con la imagen de la acción difícil, voluntaria y realizadora requerida para alcanzar la luz. ¿No es ésta nuestra fiesta de Janucá?
Hashavua, Januca 5747

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