El legado de Rabin
Basta de lágrimas y de sangre
Fragmento de su discurso en el acto de firma del Acuerdo de Principios con los palestinos, Washington, 13.09.93
Hemos venido desde Jerusalén, la capital eterna de Israel, de una tierra atormentada, de un pueblo, de una casa, de familias que no han vivido ni siquiera un año, un mes de sus vidas, en el cual las madres no lloraran por sus hijos.
Hemos venido para intentar poner fin al odio, para que nuestros hijos y nuestros nietos no vuelvan a vivir el doloroso costo de la guerra, el terrorismo y la violencia.
Hemos venido a cuidar de sus vidas y su seguridad, a aliviar el dolor y los recuerdos difíciles, a orar y a esperar la paz.
Quiero decir a los palestinos: Estamos destinados a convivir en una misma tierra, en un mismo país.
Somos los soldados que regresan de los campos de batalla con la ropa tinta en sangre. Somos quienes hemos visto a nuestros familiares y buenos amigos morir antes que nosotros.
Somos quienes asistimos a los funerales y nos resulta difícil mirar directamente a los ojos de los padres y los huérfanos. Somos los que venimos de un país en el que los padres entierran a sus hijos.
Noostros, que hemos luchado contra ustedes, palestinos, les decimos hoy con voz clara: ¡Basta de lágrimas y de sangre!
Ya es suficiente, no los odiamos, no buscamos venganza. Nosotros, al igual que ustedes, somos personas que quieren construir una casa, plantar un árbol, amar y vivir junto a ustedes con dignidad, simpatía, como seres humanos, como hombres libres.
Hoy damos la oportunidad a la paz y les decimos con voz clara: ¡Hasta acá! ¡Nunca más!
Recemos para que llegue el día en el que todos digan: ¡Adiós a las armas!
Auguramos y deseamos iniciar un nuevo capítulo en nuestro triste libro: un capítulo de reconocimiento mutuo, buena vecindad, relaciones respetuosas, comprensión y amistad.
No gracias al acero
Fragmento de la alocución de Itzjak Rabin en la ceremonia de entrega de doctorados honoris causa, Monte Scopus, 1967
Han decidido conferirme un gran honor al otorgarme el título de doctor honoris causa en Filosofía; permítanme, entonces, revelarles mis sentimientos: me veo aquí como el representante de miles de comandantes y decenas de miles de soldados que brindaron al país la victoria de la Guerra de los Seis Días, como el representante de todo el ejército israelí.
Alguien podría preguntarse: ¿Qué indujo a la universidad a otorgar un doctorado honoris causa precisamente a un soldado, en reconocimiento de sus acciones en combate? ¿Qué relación hay entre los militares y el ámbito académico que simboliza la vida cultural? ¿Qué relación hay entre quienes por su oficio ejercen la violencia, y los valores espirituales?
Pero considero este honor, que por mi intermedio confieren a mis compañeros de armas, como un profundo reconocimiento de la singularidad del ejército de Israel, que no es más que una expresión de la singularidad del pueblo judío todo.
Nuestra tarea educativa es bien conocida y se ha hecho acreedora al reconocimiento de toda la nación, que en 1966 confirió al Ejército de Defensa de Israel el Premio Nacional de Israel en Educación. Nahal, los cuerpos del ejército que combinan las tareas militares con los trabajos rurales, las maestras que participan en proyectos de desarrollo social y otros similares, son sólo algunos ejemplos de la singularidad del ejército en este ámbito.
Sin embargo, hoy la Universidad nos confiere un título honorario en reconocimiento de la superioridad espiritual y moral del ejército precisamente en el combate en sí, ya que hemos llegado a esta situación como resultado de arduas batallas, que si bien nos han sido impuestas, nos han llevado a esta victoria convertida ya en leyenda.
La guerra es esencialmente dura y cruel, y está acompañada por abundante sangre y lágrimas, pero precisamente en esta guerra que hemos vivido se han puesto de manifiesto maravillosos e infrecuentes ejemplos de coraje y heroísmo, junto a las manifestaciones humanas más conmovedoras de confraternidad, amistad e, incluso, elevación espiritual.
Quien no ha visto a la tripulación de un tanque, que sigue acometiendo aun cuando el comandante ha muerto y cuando su vehículo se ha visto severamente dañado, a los expertos en explosivos que arriesgan la vida para rescatar a un compañero herido de un campo minado... no conoce el significado de la abnegación fraternal.
…
Estas manifestaciones empiezan en el espíritu y terminan en él. La exaltación de nuestros combatientes no proviene del acero, sino de la conciencia de su elevada misión, de la convicción en la justicia de su causa, del profundo amor por la patria y del reconocimiento de la difícil tarea que se les había encomendado: garantizar el derecho del pueblo judío a vivir en su propio país, aun al precio de sus propias vidas, el derecho del pueblo judío a vivir en su patria en libertad, independencia, en paz y tranquilidad.
Este ejército que he tenido el privilegio de conducir durante esta guerra, proviene del pueblo y retorna a él.
Un pueblo que se eleva en horas difíciles, que puede derrotar a cualquier enemigo gracias a su nivel moral y espiritual en momentos cruciales.
Como representante del Ejército de Defensa de Israel, en nombre de todos los soldados, recibo con orgullo este reconocimiento.
Haim Guri
Ya he oído decir que un asesinato político como éste puede ser un punto de inflexión en la vida de un pueblo, en el cual se produce un cambio en la conciencia y todo se ve diferente; por ello, después de lo que ha sucedido, Israel será necesariamente mejor.
Dicen que la generación joven, arrojada a una vivencia tan terrorífica, no se resignará a la violencia, la ceguera, el odio y la desesperación que fueron la causa de este desastre. Mientras tanto, se ha visto que Israel es peor de lo que se imaginaba: un país violento, ofensivo e insultante, hasta tal punto que las palabras se convierten en órdenes de disparar.
Hay quienes dicen que no han sido las palabras malvadas las que permitieron ese derramamiento de sangre, sino la disputa insoportable sobre el futuro del país, sus características, las relaciones entre los pueblos que viven en él y en esta región. Pero también las palabras tuvieron parte en el desastre, palabras que fueron como una orden de abrir fuego. No recomendaría ampliar el espectro de culpables y aplicar la abominación de la sangre derramada sobre todos los que no acordaban con él. Itzjak Rabin era un estadista decidido y un contrincante agudo, que no medía sus palabras ante sus oponentes. Ha llegado la hora de la tristeza y la vergüenza de que esto ocurriera entre nosotros, en una sociedad que considerábamos lo suficientemente esclarecida y carente de la posibilidad de que un líder fuera asesinado en la plaza pública.
Me detuve una vez más junto a su tumba en el Monte Herzl, en el Sector de los Próceres de la Nación. Todos los demás murieron a edad avanzada o debido a alguna enfermedad: Herzl, Jabotinsky, Eshkol, Shazar... Él fue asesinado en Tel Aviv por un miembro de su propio pueblo.
Itzjak, el hombre junto al cual silbaron tantas balas enemigas. Una ardiente mancha escarlata que no cejará, un recordatorio imperecedero del oprobio. Su significado será lo que los israelíes hagan con él. Ellos le conferirán su significado.
De: Itzjak Rabin, 1922-1995