Nejama Zer-Zion
El Seder de Pesaj de los obreros
"Se iban acercando los días de Pesaj, y yo por entonces estaba en la casa de las obreras en Tiberíades, nuestra huerta en la colina, junto a tres solitarias casas campesinas. Un día claro llegó Jana Chizik a la huerta acompañada por tres miembros de Kineret, mientras yo araba el campo de cebollas con las chicas. Se me acerca Jana y me dice: «Aquí los compañeros vinieron a pedir que vayas con ellos a Kineret y les organices a los "tzibúrnikim" [obreros en los Trabajos Públicos (Avodot Tziburiot), que no eran miembros de la Kvutzá], el Seder de Pesaj».
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Eliahu Gliksman dijo: «Si no te sientes bien con nosotros, podrás volver inmediatamente después de Pesaj. Los miembros de Degania y de Kineret que trabajan con nosotros, festejarán en su casa, pero ¿qué haremos nosotros?» Después agregó Ira Kinamon: «No lo pienses mucho y ven, porque quedan solo unos días para la fiesta, y no tenemos nada listo. Itzjak Cohen [campesino en la moshavá Kineret] cuyas vacas han muerto, aceptó darnos el tambo para que sirva de cocina y comedor, y el depósito para ti como apartamento».
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En Kineret conocí a diecisiete compañeros solos, que deambulaban por la moshavá y extrañaban su hogar y soñaban con sentir el espíritu de la fiesta. Cumplían cualquier pedido o instrucción mía de inmediato, y cada uno preguntaba qué tenía que hacer. Elegimos una comisión de cocina y otra de ingredientes, y todos los demás se ofrecieron para traer piedras pequeñas de la costa para aplanar el piso del tambo, que era todo pozos, y parte del patio, para que se pudiera bailar después del Seder. Dos compañeros pintaron el tambo. La comisión de cocina reunió diversos utensilios de las mujeres de la moshavá Kineret y de la granja, y el trabajo se realizó a todo ritmo. El último día antes de la fiesta, le dije al grupo: «¡No se puede sin flores!» Entonces los muchachos se dispersaron por los montes y pantanos, y trajeron un montón de flores de todos los colores, y adornaron con ellas las gruesas vigas que sostenían el techo del tambo. Cada viga con otro color. Hasta que el tambo se convirtió en un campo florecido con rojas amapolas, celestes abrepuños, y camomilas blanco-amarillas. Las mesas se cubrieron de blancos manteles, y el aroma de los pescados en cocción se esparcía por todo el ambiente: pescado relleno, como en casa de mamá. Y ahí, parada junto a las ollas, con un pequeño cuaderno en la mano, yo memorizaba un poema para leer en la Noche del Seder:
«Un cuarto estrecho, lleno de oscuridad, en el suelo un bebé…»
Agregaba sal a la olla, revolvía, y regresaba a mi poema.
Llegó la noche. Los compañeros se reunieron, bañados y vestidos con ropa de fiesta. Y en el corazón, una enorme alegría. Porque con sus propias manos habían construido esta sensación festiva. Se sentaron en bancos hechos de tablas sobre cajones. Eliahu Gliksman comenzó diciendo: «En esta festividad gozamos de una alegría doble, porque pudimos, con nuestras propias manos, construir este rincón, y porque nos reclinamos en torno a nuestra propia mesa, y no como invitados no deseados en casa ajena». Luego habló del valor de la fiesta de nuestra libertad y de las grandes esperanzas por aquellos que vendrían a unírsenos. No pude escuchar lo que decía, porque mi corazón latía con fuerza, presa del pánico escénico ante mi inminente lectura.
Cuando terminó el Seder comenzó el baile, y nuestras voces atravesaron el cielo. Y hete aquí que comenzaron a unírsenos a la ronda los campesinos de la moshavá Kineret y los miembros de la kvutzá Kineret y Degania, y el patio de Lea Cohen se convirtió en una sola cadena humana unida. Mano sobre hombro, así bailó toda la moshavá."