Yosef Haim Brenner
Una larga carta me ha enviado
Y los acontecimientos comenzaron, hermano, ¡aquí están!
Y no es que hayan comenzado repentinamente, hermano. No. Se han venido desenvolviendo gradualmente, de acuerdo con las normas de los estudiosos del mundo, de acuerdo con las leyes de la progresión, ¡es así como han evolucionado estos acontecimientos, hermano!
Un desenvolvimiento completo, entero: en los años ochenta - propulsión de ideas y amanecer de mentes a centenares; a principios del siglo - torturas de vírgenes y asesinatos a miles; y, en estos momentos, ¡estamos hundidos en sangre, hermano, hundidos en sangre!
Todo se está acabando, hermano. Son las Cruzadas. Ciudades fantasmas. Judíos exterminados. Todo quien no tenga cara de “Catzap” - será apuñalado; todo quien tenga el terror judío en el rostro, quien lleve la humillación judía en los labios, quien demuestre la debilidad judía en el cuerpo, caerá bajo el hacha, bajo el puño.
...
¡Qué vergüenza y qué desgracia! ¿Qué preocupa a los judíos de América, cuando seis millones cuelgan de un cabello quemado? ¿Al tiempo que personas que doblan en número a aquellas que salieron de Egipto se encuentran en manos de una bestia de presa, listas para la matanza? - ¡¿Hablan sobre las "condiciones deseables para el desarrollo del judaísmo"!?
¿¡Qué judaísmo!?
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La gran Odesa... Su hermana Kiev... Nuestras pequeñas ciudades... Nuestras aldeas exterminadas... ¡Todo nuestro pueblo! Nuestros jóvenes y nuestros viejos, nuestras mujeres, todos nosotros, todos estamos en la hoguera - y vosotros… y yo me pregunto, me pregunto...
Y te preguntas tú también, tú, que estás allí, ¿cómo es posible que esté escribiendo semejantes cartas en el idioma sagrado?
Pues te revelaré, hermano mío, que si hubiera en mi corazón apenas una sombra [de duda]; alguna chispa de esperanza, si no tuviera grabado en fuego en mi corazón: “acabarán a los Goyim y allí morirán” - entonces realmente no perdería el tiempo ni derrocharía nada de lo que tengo. Porque entonces, hasta la ropa que tengo puesta dedicaría a la edificación; y desnudo y descalzo deambularía por las calles gritando: “aquellos que sobrevivieron, no contarán con mi sangre! “¡Al desierto!”
Sin embargo, hermano, me consta que las puertas del desierto están cerradas para nosotros, que moriremos de hambre en el desierto y que no hay ninguna voz que llame al desierto; porque el pueblo está golpeado, está arrasado, está podrido; porque si hay muy pocos que tienen oídos para escuchar, no queda ya ningún lugar para ellos, porque el mundo seguirá actuando como siempre, como de costumbre.
Es así como te escribo esta carta. Porque no sabría, no podría, obrar de otra manera.
11 de Jeshván de 5666, 1906.