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Fuentes y filosofía/
Tisha BeAv

Stef Wertheimer

Un deseo extraño:

10.8.2008, publicado en el matutino "Haaretz".

ayunar en Tisha Beav

 

Hace ya más de un mes anida en mí un deseo extraño: ayunar en Tisha Beav. Tranquilícense los preocupados: no he comenzado a desarrollar sentimientos religiosos con más de 80 años de edad. Soy laico y así seguiré. De todos modos, esta fecha, que conmemora la salida del pueblo judío de su tierra, la partida hacia su exilio hace más de dos mil años, despierta en mí pensamientos sombríos, relativos al aquí y ahora.

 

Durante años me incliné a estar de acuerdo con el argumento de que, con la realización del sueño sionista y la creación del Estado de Israel, Tisha Beav había perdido su sentido. Pues no soy un jaredí (ultraortodoxo) que anhela la Redención o la llegada del Mesías. Mi Redención es construida por seres humanos, que construyen, crean, se establecen y generan, con la fuerza de sus actos, una nueva realidad para el pueblo judío.

 

Es más, Jerusalén no está muy cerca de mi corazón. A mi modo de ver, es el lugar donde habita un servicio público insensible y una burocracia que bloquea las iniciativas de realización y creatividad. Yo sé, obviamente, que Jerusalén simboliza mucho más que eso, pero nunca me sentí atraído hacia los símbolos que representan el pasado. Mi corazón está con las otras partes de Eretz Israel, como la Galilea y el Neguev, regiones pobres en población, que esperan ser pobladas y desarrolladas. Prefiero dirigir mi mirada hacia el futuro que, me parece, está allí, y no en Jerusalén.

 

Sin embargo, creo que, en el sentido más amplio que se le atribuye a Tisha Beav, este tiene aún vigencia. Según este sentido más amplio, en Tisha Beav el pueblo de Israel expresa su pesar por estar todavía en el exilio y su anhelo ferviente por retornar y vivir una vida independiente, plena y saludable en su tierra. Como antes de la destrucción del Templo.

 

Sé lo que es el exilio. Fui un refugiado. Aunque tenía apenas diez años cuando mi familia huyó de la Alemania nazi, esa vivencia dejó en mí, para toda mi vida, el deseo de echar raíces y aferrarme a la tierra. Pero, a pesar de haber actuado en el área de la realización sionista práctica de poblamiento y creación, no siento que tenga derecho ni pueda descansar en los laureles. Tengo una mala sensación, de fracaso, como si todavía estuviéramos en el exilio. Supuestamente hicimos aliá (inmigramos a Israel) con nuestro cuerpo, pero en nuestra alma, en nuestra mentalidad, seguimos siendo un pueblo de refugiados.

 

Admiramos al que "lo logró en el exterior", despreciamos la vida productiva, el trabajo, las habilidades reales, y ponemos en un pedestal a financistas, abogados, y todo otro tipo de personas con conocimientos que se puedan empacar en una maleta e irse de aquí. 

 

¿Cuántos años pueden vivir las personas en su tierra y continuar sentados sobre sus maletas como si fueran invitados temporales?

 

Durante las generaciones de vida en el exilio fuimos obligados a vivir vidas retorcidas, no sanas, carentes de producción y creatividad. Cuando se nos dio la oportunidad de sanar, descubrimos que lo que nos había sido impuesto se convirtió en parte de nosotros. No es fácil deshacerse de la forma de vida de los nómadas.

 

En nuestra sociedad es preferible ser abogados que incorporarse como obrero calificado en una industria sofisticada, que promete una vida de satisfacción y respeto. En la sociedad israelí, y me avergüenzo de escribirlo, da vergüenza trabajar. Da vergüenza levantarse entre máquinas, vestidos con un mameluco azul y fabricar productos tangibles.

 

Rubros enteros en Israel son repulsivos para las habilidosas manos de personas con formación. Y no es que falte dinero en el área. La industria está dispuesta a pagarles muy bien a tales trabajadores. La razón es que los valores del sionismo verdadero se han invertido. La pirámide nuevamente está parada sobre su punta. Ese es el resultado directo de nuestro sistema educativo, que coloca en la cima de la escala de valores las manipulaciones y el vivir de los problemas de otros. En cambio, una vida de creación y de contribución al trabajador y a su país fueron relegados a lo más bajo de la escala.

 

Junto con mi lealtad a la libre competencia, siempre he creído que el hecho de que una persona cree con su trabajo algo verdadero constituye un valor en sí mismo, que otorga sentido a su vida, en especial a nosotros, los judíos, con nuestra historia especial.

 

En este sentido, pues, Tisha Beav posee una relevancia directa para nuestra vida aquí y ahora. Debemos recordarnos en su contexto nuestra enfermedad: la ilusión de que ya nos hemos redimido del exilio, cuando en realidad seguimos hundidos en él.

 

La idea según la cual la tierra es garantía de seguridad debe ser adaptada a la realidad de nuestros días. La seguridad es un medio, no un fin. Estoy seguro de que, desde la posición de una vida de creación y trabajo, de personas seguras de sí mismas y de su lugar, podremos extender una mano confiada de paz a los palestinos y a los países árabes, y compartir con ellos la empresa que estamos construyendo. Se podrá hacer desde una visión igualitaria y con generosidad.

 

Nunca viviremos una vida libre de un pueblo que habita seguro en su tierra, y nunca llegaremos a una paz viable con nuestros vecinos, si continuamos comportándonos como hojas al viento, judíos exiliados, que viven una vida de miedo y a la defensiva.

 

No estoy esperando que una entidad externa nos traiga la salvación. El trabajo de Redención es difícil para todos. Hace falta una nueva mentalidad en todo lo tocante a las áreas de educación (un Estado que liquida su educación técnica se condena a sí misma a la perdición), la industria, y la emigración del Estado de Tel Aviv de los valores, y la inmigración a la periferia en desarrollo.

 

                                                                                

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