Una persona única. Un gigante imponente. Una rara combinación de poderío y belleza.

Persona agradable con quien da gusto amistarse y pasar el tiempo. Entendedor de vinos. Tenía un sentido del humor refinado y una cultura profunda. Amaba y admiraba numerosos libros.

Un panorama completo. Aunque actuaba como el fuerte y confidente, como una persona nacida para inspirar y liderar, era una persona solitaria.

Más de una vez, en medio de una reunión aquí, uno veía que él estaba allí, con los miembros del pueblo que estaban y ya no están. Él y su fortaleza que aumenta con su silencio, como si se negara a decir hasta el final aquello que debería decirse algún día, aquello que se ahogaba dentro de él. No era de los que abandonan a su pueblo en tiempos adversos.

Él seguía allí, hasta el amargo final permaneció allí.

Mientras tanto, aquí, fue uno de los fundadores de este magnífico museo que soportará por generaciones el episodio del exterminio y la rebelión, quedando él como en cadena perpetua entre sus muros, entre las fotos, los libros y los documentos guardados en los oscuros cajones.

Una persona debe ser muy fuerte para poder vivir toda su vida en estos dos mundos, siendo un embajador de allí en medio de una tempestuosa experiencia de resurrección, sin expresar quejas y sin exteriorizar una amargura insoportable.

Irradiaba respeto. Irradiaba autoridad. No solamente por su elevada altura, que hacía que uno mirara hacia arriba cuando le dirigía la palabra o lo escuchaba. Una persona tal, en circunstancias de vida diferentes, hubiera estado destinado a ser un orador que expresa la verdad y lidera un movimiento.

 

El hombre de allí.

Es posible que no hubiera podido ser de otra manera. Un héroe herido. Uno de los líderes de la rebelión más solitaria y desesperada que haya conocido ningún otro rebelde sobre la faz de la tierra. Sumergido hasta el último de sus días en esas reflexiones como en una doble vida.

 

(Jaim Guri)