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Literatura y poesía/
Janucá

Mendele- Un librero

¿Qué es Janucá?

En Janucá me ha sucedido un gran milagro.

–¿Dices "a mí", Shmuel, y me excluyes de él? ¿No he estado yo mismo en ese milagro?

–Así es, compasivo Ignatz, me sucedió a mí y no a ti.

–Así se comportan siempre ustedes, los judíos del antiguo Bet Midrash: sienten que su judaísmo es superior al nuestro, los que seguimos rumbos nuevos, como si el judaísmo fuera de ustedes y el monopolio sobre él estuviera en vuestras manos.

–Lo que has dicho, Ignatz, no es asunto de este relato con el que he empezado, y no es oportuno. Ahora eres mi querido huésped, estás invitado a jugar a las cartas y a la cena de Jánuca con nuestros respetables amigos; no obstante, ya que me has expuesto tu queja y disponemos de tiempo porque aún no han llegado nuestros amigos, no escatimaré la respuesta. Es cierto que todas las clases de judíos –tanto los muy devotos como los iluministas nuevos o antiguos– son igualmente judíos. Yo, por ejemplo, que en mi juventud crecí en un ambiente judío, en los jadarim y en las yeshivot, soy judío; y también tú, que desde la niñez has crecido en sus escuelas, eres judío. Pero entre tú y yo hay una diferencia muy grande. Yo y todos los que son como yo, para quienes nuestra Torá es nuestro manantial y el judaísmo ha sido asimilado por todo nuestro cuerpo, percibimos un sabor especial en todo lo que se relaciona con el judaísmo y sus costumbres, de manera consciente e inconsciente, y aunque nos hubiéramos alejado y hubiéramos renegado, D's nos libre, ese sabor no pueden sentirlo ni tú ni quienes "se apartan en Yaacov de la transgresión", quienes no sienten el peso de la Torá y las mitzvot y nunca han leído ni estudiado, ni siquiera después de arrepentirse de sus acciones y observar las costumbres con devoción y con honda intención.

–Shmuel, hablarás como uno de los holgazanes del Beit Midrash, con sofismas y palabras que se desvanecen en el aire. Mientras no expongas evidencias de lo que dices, tengo razón al discrepar y decir que no hay en ellas ninguna sustancia.

–¡Pides evidencias, querido! Tengo en las manos paquetes y más paquetes de evidencias...

–¡Buenas noches, muy buenas noches!– Dijeron los invitados al entrar a la casa. –¿Qué les pasa, amigos, que gritan y discuten tanto, como si fueran estudiosos de la Torá que se baten a duelo por las reglas de las cartas, hasta tal punto que no nos ven. ¡Les dijimos dos veces "buenas noches" y ninguno respondió!

–¡Oh! ¡Bienvenidos, rabinos míos! Bienvenido, como Todros, Rav Zeraj, Rav Guimpel, Rav... Rav...

En Janucá no se dice "señor" sino "rav" [maestro], así como no se dice [en Birkat Hamazon] magdil sino migdol, tal como en Shabat y días de fiesta...

–¿Cuántos judíos te distraen? Tal vez te hemos interrumpido, Shmuel, en medio de una frase, puedes regresar a tus asuntos y nosotros pasaremos a la otra habitación para saludar a tu esposa Sara.

–¡Por favor, maestros míos, siéntense aquí! No tengo aquí ningún negocio oculto; por el contrario, siéntese y escuchen, si así lo desean. Había empezado a contar a nuestro amigo sobre el gran milagro que me sucedió en Janucá.

–Por favor, Shmuel, cuenta y también nosotros escucharemos, pero no nos retrases innecesariamente con palabras numerosas. Esta noche, la noche de "Zot Janucá", no ha sido creada sino para jugar a las cartas hasta el amanecer.

–Esta acción que me ha sucedido no es grande, y para mí su importancia radica tan sólo en su distinguida estirpe, que me ha llegado de ella, y por la cual la he convertido en algo permanente, que siempre recuerdo en esta noche.

En aquellos días, y tal vez también en estos momentos, no había tiempos buenos para los jóvenes judíos, que se hacinaban en un jéder pequeño frente a su maestro desde la mañana hasta las nueve de la noche, como los ocho días de Janucá, en los que tuvo lugar la salida de la esclavitud a la libertad: la libertad de no estudiar la Torá en esos días, recibir de padres y parientes, de tíos y tías, negociaciones y juegos con grosellas y a veces también partir bulbos y excavar en ellos huecos para llenarlos de aceite y encender velas de Janucá. Recuerdo que, en la octava noche de Janucá, la alegría reinaba en casa de mi padre; yo era aún un niño pequeño, la cera de las velas ardía junto a la ventana cerca de la entrada de la casa, y su luz oscura era para mí como el brillo de las estrellas. Mi madre freía grasa de ganso y el olor de las gotas de aceite fritas llegaba a mi nariz. Papá estaba con sus invitados, las personas cercanas a él, sentados a la mesa, hablaban y discutían comentarios a la Torá mientras gesticulaban, con las manos extendidas, los pulgares alzados y exclamaciones extrañas; estaban contentos, y en esa confusión de voces se repetía varias veces la frase "¿Qué es Janucá?", con la melodía y la entonación de quien plantea una pregunta difícil y seria.

Por las muecas de los rostros y los guiños de los ojos parecía que buscaban una solución a este enigma: ¿Qué es Janucá? Uno del grupo, hacia quien se dirigían todas las miradas, alzó la voz y expuso la Beraita explicada por los sabios, pronunció cada palabra con gran seriedad y precisión, ahondó en ella con el ceño fruncido y extrajo innovaciones y agudezas. De todo eso que oí, yo sólo entendí lo siguiente: los idólatras habían contaminado todos los aceites del Santuario y cuando el reino de la familia de Jashmonaim los venció, encontraron una sola jarra de aceite con el sello del Cohen Gadol, que alcanzaría para el encendido de un solo día, pero se produjo uin milagro y ese aceite alcanzó para el encendido de ocho días. Y por lo que tanto me gustaba Janucá, como a todos los niños pequeños que estudian Torá, y por mi intensa alegría en esa noche, perdí el miedo a mi padre y el respeto a los adultos de largas barbas, me hice de coraje y dije inocentemente: Una vasija de aceite para encender con ella durante ocho días no es un milagro tan grande; habría sido un gran milagro si hubieran encendido con ella durante todos los días del año, y si todo el año hubiera sido Janucá, un año de salvación de estudios tan difíciles... y de una mano tan severa.

Mientras yo hablaba, la mano de mi padre me alcanzó y me abofeteó: "¡Salvaje! ¿Quieres liberarte del estudio difícil y de la mano de tu maestro, ser un pollino, inculto e ignorante?" Mi padre me reprendió enojado y su mano aún estaba tendida para abatir las diez plagas sobre mi mejilla, pero ocurrió un milagro y el sombrero cayó de mi cabeza después de la primera bofetada. Y mientras yo estaba ocupado en cubrirme la cabeza con el borde de mi capote y me agachaba para erecoger el sombrero, la ira de mi padre se aplacó.

–¿Por qué te ríes, Ignatz? ¿Te burlas de mí?

–¡Te he respondido, Shmuel, amigo mío! Ahora sé que fui muy impetuoso y que me he enfurecido contigo por nada, y mi boca rió. Créeme, amigo compasivo, que así como no has tenido razón esta vez, tampoco la tendrás nunca con tus quejas en mi contra. Tienes la cualidad característica de los fanáticos y de todos los arrepentidos, de buscar defectos en los demás y atribuirles falsedades. También en sus antepasados encontrarán fallas, y disfrutan de un extraño placer cuando desacreditan a quienes los precedieron. No hay en el mundo personas más irascibles y críticas que los arrepentidos. Y por este exceso de fanatismo son denostados públicamente, y no hay personas, por más justas que sean, que puedan alinearse con ellos, dicho sea esto sin ánimo de ofenderlos.

–Pero, agregó Shmuel, no habría valido la pena recordar esa bofetada en sí misma, si no hubiera sido por la revolución que produjo en mi mente y en mi alma.

–Hagan a un lado hasta otro momento estas cosas que hay entre ustedes, dijeron los invitados, ¡y ahora a tu cuento, Shmuel! Acórtalo y termínalo rápidamente.

–En resumen, maestros míos, dijo Shmuel, aquella bofetada que me dio mi padre no fue en vano, quedó grabada en mi memoria con todo el asunto y las conversaciones de esa noche sobre "¿Qué es Janucá?" Ellas fueron las que me incitaron en mi juventud a seguir pensando en esa cuestión, a reflexionar e investigar para saber realmente "qué es Janucá". En un principio sólo sabía que en Janucá se canta Al Hanisim y que en esa plegaria dice: "En los días de Matitiahu el Jashmonai y sus hijos cohanim, cuando se levantó el malvado imperio griego contra Tu pueblo Israel, para hacerles olvidar Tu Torá... El Santo Bendito Sea, hizo un milagro y entregó a poderosos en manos de débiles, a malvados en manos de justos y a lascivos en manos de los que se dedican a Tu Torá. Luego purificaron Tu Santuario, encendieron luces y fijaron estos ocho días de Janucá".

Y según esas palabras imaginaba que los héroes son los griegos malvados, y que los débiles son Matitiahu y sus hijos, y con ellos los justos y quienes se dedican a la Torá, como los estudiosos, los rabinos y los maestros de hoy en día. Ellos salieron a la guerra con carros y con caballos, y los nuestros, con contrición, plegarias y clamores. Y no sabía ni había oído que habían existido Yehudá HaMacabi y sus hermanos, todos ellos héroes de guerra, y ningún maestro me había dicho nada acerca de ellos; de pronto, aquella noche llegó a mis oídos una pregunta de los invitados en la casa de mi padre: "¿Qué es Janucá?" Esto significa que las cosas que se dicen en Al Hanisim o no son aceptadas o no son suficientes. Esto fue difícil para mí, ¿por qué? Y la respuesta de la Beraita sobre la jarra que contenía aceite para el encendido de un solo un día, que ocurrió un milagro y con ese aceite encendieron durante ocho días, era aún más difícil para mí. De acuerdo con esto, el milagro duró sólo siete días, y para el primer día alcanzaba el aceite de la jarra. Si fue así, ¿por qué se fijaron ocho días para Janucá? Así me hundí en investigaciones y pasaba de una pregunta a otra, hasta que cedí a la tentación y leí los Libros Apócrifos, que son la historia de nuestro pueblo y lo que aconteció a los Hijos de Israel. Así se abrieron mis ojos para ver muchas acciones y personajes ejemplares, héroes que son la gloria de nuestra nación. Ahora, señores, sé qué es Janucá.

 

Palabras claves: Macabim, milagro

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