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Fuentes y filosofía/
Tisha BeAv

Berl Katznelson

 Destrucción y enajenación

"Davar", 10 de Av de 5694, 1934

Escuché que una de las asociaciones juveniles fijó la partida de sus miembros a un campamento de verano en la misma noche en la que Israel llora su destrucción, su esclavización y la amargura de su exilio. No puede ser que alguien haya hecho eso adrede. No puede ser que los instructores de la juventud pionera, que la educan hacia una "vida de autorrealización", es decir, hacia los esfuerzos de liberación de manos del exilio y la reparación de las aflicciones y de los males que padecimos por efecto de la destrucción, no puede ser que hayan hecho eso sabiendo lo que hacían. No obstante, este desconocimiento por sí mismo es lo que despierta pensamientos sombríos acerca del nivel cultural y sobre el valor de la actividad educativa de algunos de los instructores juveniles.

 

¿Cuál es el valor y cuáles son los frutos de un movimiento de liberación que no posee raíces y sí posee olvido, que en lugar de cultivar y profundizar entre sus temas en el sentir original y el conocimiento de nuestras fuentes, borronea la memoria del punto de partida y recorta los vasos capilares por los cuales el movimiento bebe su savia? ¿Seríamos capaces hoy de tener un movimiento de renacimiento si el pueblo de Israel no hubiera guardado en su corazón, con sagrada obstinación, la memoria de la destrucción, si no hubiera guardado en su memoria, en su sentir y en sus normas de vida este día de destrucción, de entre todos los días? Esta es la fuerza del símbolo vital consolidado y enriquecedor de la historia de un pueblo. Si no hubiera sabido Israel guardar duelo por generaciones por su destrucción en el Día de Recordación, con toda la gravedad del sentir de aquel cuyo ser querido muerto está tendido ante él, de quien en este preciso instante acaba de perder su libertad y su patria, no habrían surgido milagrosamente de nuestro seno personas como Hess, Pinsker, Herzl, Nordau, Sirkin, Borojov, A.D.Gordon, I.J. Brenner. Yehuda Halevy no habría podido crear su "Sión, acaso preguntarás", ni Bialik hubiera podido escribir su "Rollo de fuego".

 

Eso sí lo comprendió un hombre como Aharón Liberman, el primer adalid del movimiento socialista judío en la Diáspora. Cuando fundó en Londres la primera Asociación de Obreros Judíos, en una atmósfera completamente cosmopolita y carente de todo sueño de existencia nacional independiente, recordó y no olvidó el día de duelo nacional. Pues en la "Libreta" de aquella Asociación está escrito el protocolo histórico del día 9 de Av (5636) 1876. Liberman propone: dado que la próxima asamblea de la Asociación tiene lugar el 9 de Av, debemos posponerla para otro día. Uno de los compañeros argumenta contra la posposición en nombre de "toda la humanidad" y en nombre de la negación de la tradición. Y Liberman le explica que "en tanto y en cuanto no haya llegado la revolución socialista, la liberación política seguirá teniendo una importancia suprema para toda nación y para toda lengua. Tisha Beav tiene para nosotros, los socialistas hebreos, el mismo valor que tiene este día para los de nuestra raza. En este día perdimos nuestra libertad, y nuestro pueblo hace duelo por ella hace ya más de dieciocho siglos".

 

Así lo entendía, así lo sentía, y así quería educar a un gran movimiento de obreros socialistas judíos, en días en que aún creían con fe sincera que la revolución socialista que se acercaba borraría de un plumazo todos los enfrentamientos nacionales, e incluso la mera existencia de las nacionalidades especiales, y en días en que ninguna visión del renacimiento de Israel, ni de compensaciones por el duelo de "dieciocho siglos", se veía aún en el horizonte.

 

¿Y nosotros?

 

La generación que bebió de la copa del exilio y la esclavitud más que muchas generaciones que la precedieron, la generación que fue regresada con puño de hierro a la sensación de destrucción y deportación, la generación todo cuyo sentido es servir como puente entre la destrucción y el exilio, por un lado, a una vida de independencia y liberación por el otro, ¿esta generación será educada para su misión por medio del olvido del día de duelo de su pueblo? Ciertamente, las oficinas del Comité de Acción de la Central Obrera están cerradas en el día del duelo histórico, un día que ninguna otra nación cultural conoce con dolor tan profundo. Pero es posible que exista una enorme distancia cultural entre el mundo espiritual de los líderes de la Central Obrera y el mundo espiritual de algunos de los instructores juveniles. Y aquellos ven, al parecer, el acto del Comité de Acción de la Central Obrera como un acto superficial, y los miran despreciativamente. Por el otro lado, ¿puede un movimiento obrero conformarse solo con una educación de palabras sobre normas e ideología, sin crear para sí mismo y para sus miembros una atmósfera llena de sentimientos y simbolismos?

 

En nuestros días, en efecto, se habla mucho, en especial en las asociaciones juveniles, del valor educativo de los símbolos. ¿Por qué entonces, ninguna asociación juvenil sabe envolver este día a sus banderas con duelo, por qué no anula sus fiestas por un dolor enorme, enriquecedor, educador? ¿De veras estamos cansados de ser y revivir nuestros propios símbolos, de profundizar en su contenido, de llenarlos con el espíritu y las necesidades de esta generación? ¿De verdad no somos capaces sino de utilizar símbolos prestados, símbolos que no conllevan sino copia e imitación, y, en especial, consentimiento externo? ¿De verdad no somos capaces sino de una vida alienada, de una cultura alienada y de símbolos alienados? En defensa de estos instructores juveniles, en cuyo mundo cultural falta la información y el sentimiento del día de destrucción, se puede decir, quizás, la fórmula conocida: perdonadles, pues no saben lo que hacen. Pero el mero hecho de que dentro de un movimiento de tan gigantescos contenidos y profundos sentimientos pueda ser que la educación de la juventud esté en manos de quienes carecen de sensibilidad hacia los tesoros espirituales de la nación, hacia sus símbolos históricos, hacia sus valores culturales, no hay perdón.

 

                                                                                                                                               

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