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Fuentes y filosofía/
Tisha BeAv

​Abraham Adarat

De la memoria histórica 

La cultura de la memoria no se expresa a través de sus modos de perpetuación, sino por vías creativas, que acompañan la vida como una dimensión de sentido. La raíz que nutre la vivencia humana es la memoria. La memoria posibilita a la persona crear un puente y un vínculo entre el día a día pasajero y la vida eterna, la vida del ser humano más allá de su existencia física, aun cuando deje este mundo. Por ello, la memoria confiere sentido a la existencia cotidiana y un objetivo a la vida del ser humano en su generación.

 

En el Tratado de Padres 3, dice Akiva Ben Mahalal: "Sabe de dónde vienes, adónde vas, y ante quién tendrás que rendir cuentas". El Rambam da su exégesis: la contemplación de su forma de vida lleva al ser humano a ser humilde. Pues, ¿de dónde viene la memoria? De la contemplación de nuestro final inevitable. Es lo que hará a la persona apresurarse a cumplir los preceptos en su vida diaria.

 

En términos de nuestros días, el Rambam pretendía decir que la realidad existencial del hombre es cuando ha vivenciado un vínculo con su pasado y mira hacia su futuro como una realidad viva. Si no sabes de dónde has llegado, no podrás saber tampoco hacia dónde te diriges, y, entonces, el momento presente ya no importa.

 

La memoria es el fundamento de toda cultura humana. Toda cultura constituye la acumulación de la experiencia de vida de generaciones. La cultura se genera en un proceso de mejoras, sofisticación en la creación espiritual y material. La cultura, como principio histórico-espiritual, es concebida como un proceso de mejoramiento y crecimiento de los individuos en la creación colectiva, junto con las aspiraciones de las generaciones pasadas, con la creación de la generación en pos de la mejora y la elevación de la creación conjunta. El reservorio de la memoria colectiva sirve de fuente nutriente de la cultura nacional, y marca su imagen en el hombre, en el individuo. La memoria, en su sentido espiritual-conceptual, es la capacidad del individuo de elevar en un momento lo que le elevaron su pasado y su esfuerzo por penetrar en la construcción de su futuro.

 

La expresión "ver el futuro" no implica que los profetas de Israel eran videntes, sino que sabían ver, en las semillas del presente, el árbol que brotaría y crecería en el futuro. Esta capacidad de ver el futuro le posibilita al ser humano superar sus vicisitudes actuales.

 

El olvido acompaña a la memoria. La memoria es selectiva, puesto que el hombre y la sociedad lo recuerdan todo. El hombre recuerda lo que le es importante. El olvido, además, es una necesidad de la memoria selectiva y creadora, que pasa de generación en generación. Por eso, la cultura de la memoria es una cultura creativa, que limita el olvido a lo que no es vital para su realización.

 

La cultura de la memoria acompaña a la comunidad que vive y crea para sí misma marcos y símbolos que fijan su impronta sobre las generaciones en esa comunidad. La memoria de los que ya no están, no como individuos, la memoria de los ausentes otorga su dimensión a la vida que continúa.

 

La poetisa Rajel escribió: "Solo lo que he perdido, es mío por siempre". Es la verdad que consiste en convertir la vida, de una experiencia banal en una experiencia significativa que se proyecta en su continuación. Una vida pletórica de fracasos y esfuerzos de superación es la que aumentan el buen gusto de nuestra existencia pasajera.  Pues no debemos conformarnos con lo que vivenciamos y con una vida cotidiana, sino conectarnos con círculos de vida superiores de aspiraciones, alternativas y enseñanzas.

 

La memoria crea la personalidad. La personalidad del ser humano es única e irrepetible: "Para mí ha sido creado el mundo". Por eso, cada individuo desea expresarse en ella a su manera, y dejar en ella sus huellas, su parte en la construcción del mundo. La memoria confiere al hombre su biografía singular, incluyendo la memoria de sus contactos con el prójimo; lo que ha proyectado de su experiencia particular hacia las personas que lo rodean.

 

La cultura de Israel es una cultura de la memoria, tal como ha sido fundada en la Torá de los profetas y en los Escritos. Los hombres de la Biblia advierten contra la pérdida de la memoria: "Recuerda que esclavo fuiste en Egipto" y –por ende- recuerda lo que te hizo Amalek; por eso "Acuérdate de los tiempos antiguos; considerad los años de generación en generación".

 

La cultura de Israel apunta a la dimensión del tiempo y sus valores, y dice qué debe hacerse en el tiempo que viene a continuación. Pues el tiempo existe en la Creación y su fin está en la Redención. La memoria de los caídos en las plegarias festivas nos confieren una dimensión apropiada de la festividad. La festividad no existe a la sombra de los caídos, sino gracias a su memoria.

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