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Fuentes y filosofía/
Tisha BeAv

Yosef Ben Matitiahu

Destrucción del Segundo Templo

Las guerras de los judíos, 6, 9-11:

Y habiendo regresado Tito a la capital decidió avanzar al amanecer del día siguiente sobre el Santuario a la cabeza de todo su ejército, y conquistarlo. Pero Dios ya había decretado desde los primeros días dedicar su Santuario a la labor del fuego, y he aquí que llegó el Día del Juicio al Fin de los Tiempos, en el que había sido quemado también el Primer Templo a manos del Rey de Babilonia. Y de manos de los judíos salió el fuego por primera vez y de ellos fue la razón. Pues luego de regresar Tito del lugar de la guerra, los rebeldes soplaron un poco de viento y salieron otra vez a golpear a los romanos. Los guardianes del Templo se enfrentaron con sus enemigos que apagaban el fuego, en el patio interno de la Casa del Eterno, y aquellos hicieron retirarse a los judíos y los persiguieron hasta el Santuario. Desde allí pasaron los romanos hacia la sala que quedaba en el patio externo de la Casa del Eterno, y allí huyeron de los hijos del pueblo las mujeres y los niños con mucha hambre, unas seis mil almas. Y los militares no esperaron hasta que el César dictara justicia a los sobrevivientes, ni a que los comandantes de los soldados les dieran alguna orden, sino que se apresuraron hacia la sala por venganza y le prendieron fuego. Quienes saltaron de las llamas estrellaron sus huesos y murieron, y los que permanecieron se quemaron vivos y ninguno de ellos se salvó. Y uno de los militares no esperó la orden de su estratega ni se asustó del hecho terrible que anunció que haría, como si ordenara desde arriba con heroísmo, y tomó del fuego una antorcha ardiente en su mano, uno de sus compañeros lo levantó, y él lanzó el fuego por la ventana de oro, que estaba cerca de un vestíbulo por el lado norte que daba a las cámaras que rodeaban el Santuario.

 

Y cuando se extendieron las llamas, los judíos elevaron un grito terrible, al comprender la dimensión de la catástrofe. Se apresuraron de todos los rincones a detener el fuego y no se apiadaron de sus propias vidas ni tuvieron misericordia de sus propias fuerzas, al ver sus ojos la pérdida de su Templo, la Casa de sus Vidas, por el cual sus almas guardaban. ¿Quién será el hombre que no abundará en llanto por la destrucción de este Templo, la más maravillosa de las construcciones que hayan visto nuestros ojos y de la cual hayan escuchado nuestros oídos, y el más elevado de todos en tamaño, en esplendor y en gloria en todas sus partes, y que también alabará el honor de su Santidad?

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