J. N. Bialik
En el extranjero
La luz de la luna se esparce por el enramado
y un silencio sombrío llena el tabernáculo.
En una cuna de plata, sobre un suave jergón
el etrog duerme el sueño dulce de un bebé.
Y como su guardaespaldas, unido al mirto
con el sauce del río, la palma se apoya
en una pared cansada, y en su derredor… ¡Sh!
De repente también ella cae y duerme.
Y duermen los dos, su corazón despierto,
Cada uno sueña de su lugar un sueño.
Oh, quién supiera el corazón extranjero,
y quién dijera el secreto de su sueño.
¿Sueñan acaso con jardines de majestad,
con cielos de patria atesorados?
Si está cansada su alma de errar y errar,
¿habrá oscurecido ésta sus ojos,
a sus padres avergonzado?
O el sueño ha finalizado pues la fiesta ha acabado,
pues solo al menos su suerte fue ser par:
el nudo se deshizo y su aroma se disipó,
su aspecto cambió y su majestad se estropeó.
No hay quien lo explique… por el enramado
se escurrió sigilosa una pálida luz extasiada
y en una caja de plata, sobre un suave colchón
el etrog duerme y a su lado una palma.