Prof. Assa Casher, 1996
Nacionalismo extremo
Del peligro del nacionalismo extremo, hoy como entonces
El día de "Tisha Beav" me interesa, pero no por lo de "cinco cosas ocurrieron a nuestros ancestros… en Tisha Beav", como dice la Mishná, sino por otras cinco cosas que podrían ocurrirnos a nosotros y a nuestros hijos, si no nos interesamos por un aspecto específico de "Tisha Beav", si no lo comprendemos y si no estudiamos su mensaje como es debido.
El día de "Tisha Beav" me interesa, no porque en él "fue destruido el Primero y el Segundo Templo". El Templo, nos enseñó el Rambam en su libro "Guía de los perplejos", tenía un valor religioso secundario, de acuerdo con las circunstancias de aquellos tiempos, pero superfluo en nuestros días. Rambam continúa: "No puede el ser humano, por su naturaleza, abandonar de repente todo aquello a lo que estaba acostumbrado". En los días de Moshé Rabeinu "había una costumbre extendida en todo el mundo, a la que estaban acostumbrados, y la adoración general sobre la cual fueron educados, de sacrificar todo tipo de animales en aquellos santuarios en los que colocaban estatuas de dioses y ante las cuales se postraban". Por eso, "no hubiera sido de sabios… ordenarnos abandonar todas esas formas de adoración y anularlas, pues habría en ello de lo inaceptable, según la naturaleza humana, por la que tiende siempre a aquello a lo que está acostumbrado", sino que "nos ordenó construir un santuario para Él… un altar a Su nombre… un sacrificio para Él… y advirtió contra cosas que no se debían hacer, y de actos contra el prójimo… y de no inclinarse ante otro dios" (Parte 3, capítulo 32). El Templo era necesario solo como sustituto judío de las casas rituales paganas. Dos mil años de judaísmo sin Templo demostraron claramente hasta qué punto ha perdido su sentido y valor, hasta qué punto es superfluo desde todo punto de vista.
El día de "Tisha Beav" me interesa, no por la tragedia de las consecuencias de la destrucción, sino por el drama de sus razones. Las consecuencias no se pueden anular. Lo que pasó, pasó. Las razones se pueden anular, pues se pueden repetir los principales errores, pero se puede también no repetirlos; se puede, y correspondería, que lo que fue, no sea más. Dos de las leyendas de la destrucción nos llevan a los principales errores, que no debemos repetir. Una se centra en hechos, la otra en valores.
La primera leyenda dice, en traducción libre del arameo: "Vespasiano César vino y sitió Jerusalén por tres años. En ella vivían tres hombres ricos: Nacdimón Ben Gurión, Ben Kalba Sabúa y Ben Tzitzit Hakeset… poseían alimentos para veintiún años. Había también rufianes. Les dijeron los Sabios: salgamos y hagamos paz. No los dejaron, y les dijeron: salgamos y hagamos la guerra. Les dijeron los Sabios: ello no servirá de nada. Se levantaron los rufianes y quemaron aquellos tesoros de alimentos y hubo hambre".
Así provocaron los "rufianes" la destrucción. "Rufianes", explica Rashi, son: "Personas vacías que buscan temerariamente la guerra". Una descripción concisa y exacta; "vacíos", a pesar del orgullo nacional que palpitaba en ellos. "Vacíos", a pesar de la ideología patriótica que los motivaba. "Vacíos", pues no había en sus actos justificación religiosa alguna que fuera real. "Temerarios", explica Rashi en otro lugar, "apresurados en ejecutar sus actos sin inteligencia". "Temerarios hacia la guerra": apresurados, sin inteligencia, a emprender una guerra, en lugar de emprender la paz. Orgullo apresurado, patriotismo sin inteligencia, oposición a la paz, fervor por la guerra, fracaso total, destrucción, exilio. Esta es la fatal concatenación de hechos. Es una concatenación terrible, aun para el gusto de una persona como yo, que no ve posibilidad de destrucción y exilio, siquiera en el peor escenario del futuro del Estado de Israel y del pueblo judío. Es una concatenación terrible, aun si acaba solo en un fracaso total, y no en destrucción o exilio. Ya hemos visto fervor por la guerra que nos trajo un fracaso total, pérdida masiva de vidas de soldados y civiles, carente de toda justificación moral, imperdonable.
La segunda leyenda es tan conocida, que nadie se molesta en comprenderla. Tomaron de ella una expresión de dos palabras, la convirtieron en cliché, la desgastaron hasta convertirla en una capa fina, hasta que no quedó en ella ninguna lección de valor, ni de la leyenda misma ni de la expresión tan trillada: "odio gratuito". Conviene profundizar en esta leyenda nuevamente: "¿Por qué fue destruido el Primer Templo? Por tres cosas que había en él: idolatría, incesto y derramamiento de sangre… Pero el Segundo Templo, en el que había estudio de la Torá, se cumplían los preceptos y se realizaban buenas acciones, ¿por qué fue destruido? Porque había en él odio gratuito, lo cual nos enseña que el odio gratuito es tan grave como las tres faltas juntas: idolatría, incesto y derramamiento de sangre".
¿Qué significa "odio gratuito"? No se puede decir que sea un odio sin razón, puesto que no existe tal clase de odio, dado que todo odio está ligado a lo que lo provocó. Tampoco se puede decir que sea un odio sin justificativo, puesto que no puede ser que semejante odio sea peor que las tres faltas más graves, la idolatría, el incesto y el derramamiento de sangre, las únicas faltas sobre las que está dicho: "No se transgredan, aun a riesgo de la propia vida". El odio gratuito debía ser más grave, religiosamente hablando, que todas esas faltas juntas, al punto de justificar la destrucción y el exilio.
Solo una cosa puede ser más grave que la falta, que es la comisión de una falta camuflada como cumplimiento de un precepto, como buena acción; atentar contra los valores bajo el disfraz de servicio a esos valores, crear una impresión clara de que el acto de la falta es el cumplimiento de un precepto. Este es el pecado de aquellos "rufianes", aquellos "hombres vacíos que buscaban temerariamente la guerra", vacíos y temerarios nacionalistas disfrazados de amantes de la Torá, odiadores gratuitos disfrazados de amantes de Israel; Igal Amir y sus similares de todos los tiempos.
En el día de "Tisha Beav", esta semana, sería digno, más que ninguna otra cosa, reflexionar sobre el asesinato de Itzjak Rabin z"l, para plantarnos bien sobre el huerto envenenado del que surgió Igal Amir, el huerto venenoso de cientos de sus amigos, que hablaron como él, o por lo menos escucharon de su boca la idea de asesinar a Rabin y callaron, el huerto escurridizo que no fue arrancado aún, el huerto más peligroso de todos, el de aquel odio gratuito.