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Fuentes y filosofía/
Janucá

Yeshaiahu Levit, basado en una leyenda, y adaptado por el Rabino Moshé Amiel

El pájaro y el halcón

Text read at the Chanukah party of the Jewish Defence League in the Second World War - the Brigade

Y fue en aquellos días, cuando los griegos oprimían a los judíos, habitantes de la Tierra de Yehudá, con decretos terribles, que acudieron Yehudá el Macabeo y sus hermanos a su padre Matitiahu el Hasmoneo. Se presentaron ante él, y comenzaron a hablar, diciendo:

«Padre, ¿hasta cuándo toleraremos el yugo de esos malvados griegos? Ve cómo nos maltratan, nos asaltan y nos roban todo lo que les viene en su malvada gana. No tenemos más fuerzas para cargar con esta terrible esclavitud. No podemos ya soportar esta humillación. Ya basta. Ha llegado el momento de levantarnos y combatir a los griegos hasta la victoria.»

Matitiahu el Cohen calló por un largo rato, y luego habló, desde la profundidad de su pensamiento:

«Dios nos asistirá. Sean prudentes. No se apuren. He sabido muy bien del terrible sufrimiento que el pueblo padece en toda la Tierra. He sabido del robo y el saqueo, del derramamiento de sangre de grandes y pequeños, he sabido la humillación que pisotea nuestro honor. Pero amantes de la paz somos. No hay otro pueblo en el mundo, que conozca la paz, y ame la paz y persiga la paz como lo hemos sabido nosotros en la Torá sagrada de Dios. Ay de nosotros si derramamos sangre. Si nos levantamos en pie de guerra, derramaremos mucha. ¿Es digno de nosotros hacerlo? ¿Es correcto comprar nuestra libertad al precio de tanta sangre? ¿Podremos combatir a nuestros crueles enemigos, que tienen tanta fuerza en pesado armamento y en poderosas armas de destrucción? ¿Qué somos, cuál es nuestra fuerza? Somos pocos frente a ellos, nuestra fuerza es pobre frente a la de ellos, nos hemos dedicado a la Torá, a diferencia de ellos…», y así continuó reflexionando ante la mirada de sus hijos. Ellos callaron, pero Yehudá se levantó y dijo: «Padre nuestro, sabemos cuán grande es el sufrimiento que viene con la guerra, pero no podremos ya callar. Es mejor para nosotros morir libres que vivir como esclavos. Danos la orden y obedeceremos». Matitiahu contempló a su valiente hijo con gran estima, pero le respondió con tranquilidad, diciendo: «Déjenme solo, e iré al desierto. Allí, en la tranquilidad del desierto, pensaré en ello. Rezaré a Dios, y pensaré en qué camino debemos seguir. Ahora me voy, pronto volveré y les daré mi consejo».

Matitiahu se levantó y salió de Modiín hacia el desierto de Yehudá. Llegó al lugar, y se sentó en una enorme roca que se hallaba a la entrada de una cueva. De repente escuchó la voz de un pájaro. Levantó la vista y vio un pequeño pájaro que revoloteaba sobre su nido, alimentando a sus pichones. Matitiahu reflexionó: «Ojalá fuera el pueblo de Israel como este pequeño pájaro, que vive en libertad, y no hay nadie que venga a arrebatarle su nido, y no hay nadie que lo maltrate a él ni a sus pichones, y no necesita derramar sangre». Así reflexionaba, cuando de repente se sobresaltó por un fuerte silbido que llenó el entorno, como el sonido de una tormenta al acercarse.

Matitiahu levantó la vista con rapidez, y vio un halcón negro y enorme que bajaba en picada hacia el nido del pájaro. Miró a ver qué sucedía, y vio que los pichones batían temblando sus pequeñas alas, piando asustados, miraban a su madre con gritos de auxilio.

El ave no huyó. Se quedó parada sobre el nido, y colocó el pico en posición, preparada para la lucha.

Matitiahu miró, su corazón se llenó de compasión, y reflexionó: «Pobre pájaro, qué puede hacer, cuál es su fuerza sobre este negro y enorme halcón, qué podrá lograr con su fino pico, contra el pico duro y afilado del halcón. Solo un milagro puede salvarlo a él y a sus hijos.» Y hete aquí que el milagro se hizo: el halcón se acercó en fulminante vuelo hacia el nido, y cuando casi llegaba saltó hacia él el pájaro y lo picoteó con toda su fuerza.

El halcón se asustó por su coraje, dio una voz de dolor, temió y huyó. El pájaro regresó al nido, con sus asustados pichones.

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