Desde que los Macabims enarbolaron la espada de la defensa judía, dos mil trescientos años atrás, para defender la patria, la libertad y el modo de vida judío, no ha cesado la gloriosa y heroica defensa del pueblo.

El heroísmo judío se ha puesto de manifiesto de diversas maneras.

Cuando nuestro pueblo vivía en su tierra y el enemigo se presentaba a sus puertas con una espada y una lanza, supimos alzar una espada contra otra y una lanza frente a otra, y centenares de lanzas enemigas se quebraron ante las nuestras.

Cuando el poderoso Imperio Romano superó a la espada judía, el indomable espíritu judío prevaleció y el poderoso imperio se hizo añicos.

Cuando el pueblo se vio obligado a abandonar su patria, supo llevarla consigo, en el corazón de cada judío, y cada individuo la protegió en cuerpo y alma hasta que regresamos a ella y con ella, hoy.

Con el mismo heroísmo con el que supimos alzar la espada y la lanza, con el que supimos cruzar las llamas para salvar el espíritu judío, nuestra patria espiritual, con ese mismo heroísmo supimos retomar la pala y el arado y revivir la patria en ruinas. Somos la primera generación de redención, sabemos y sabremos tomar la espada contra la que se estrellará la del enemigo. Ellos, los Macabims, fueron pocos contra muchos; pocos contra muchos fueron nuestros antepasados de todos los tiempos que se alzaron en defensa de Israel y resistieron. Protegidos por este heroísmo eterno de un pueblo que aspira a la libertad, un pueblo tenaz e insumiso, también ahora sabremos resistir, pocos contra muchos; llegaremos a Israel; podremos hacerlo.

Es el mismo heroísmo en todas las generaciones. No ha cesado y no cesará. Palpita en nosotros desde los Macabims hasta hoy en día. Cada generación con sus héroes, cada generación con sus macabeos. En nuestra generación, nosotros somos los Macabim.

 

Texto leído en una celebración de Janucá en las unidades de la Brigada Judía Combatiente en la Segunda Guerra Mundial, "la Brigada".

 

 

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